Uno de los valores que nos permite relacionarnos cordial y amablemente con los demás es la servicialidad. Pero ser servicial no significa ser servil. Entre un concepto y otro hay una diferencia enorme que muchas personas desconocen porque el límite a veces es complicado de dilucidar. Y es que cuando dejamos de atender las necesidades y las peticiones de los demás nos sentimos egoístas y malas personas. Por ello nos cuesta decir no cuando nos piden un favor. Porque hemos sido educados en que anteponer las necesidades de los demás por delante de las nuestras es un acto de generosidad, de altruismo y de bondad. Y además, cuando te das a los demás, sueles automáticamente sentirte bien. Ser generoso suele ser una conducta que se refuerza inmediatamente por los demás y por tus propias sensaciones de bienestar.
Aprender a decir no permite decidir y elegir qué hacer con tu tiempo, con tus recursos y con tu energía. No se trata de priorizarte siempre tú o de no ceder ante según qué peticiones. Se trata de poder elegir cuándo, cómo y dónde hacerlo, de tal manera que estar disponible para los demás no se convierta en una obligación que te agobie.
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