Si hay algo de lo que no estamos libres ninguno, es de nuestros miedos. Todos tenemos alguno, y es natural. Tener miedo es normal. Pero hay muchas personas que tienen muchos miedos, fantasmas, a los que ven como demonios y que provoca que tengan una vida limitada, se sientan inseguras y pierdan oportunidades.
El miedo es genial porque permite ponernos a salvo cuando la mente detecta un peligro. El problema es que vemos peligros dónde no los hay: los hijos se van de casa y tenemos miedo a quedarnos solos, miedo a fracasar en un trabajo, a no pasar un examen, miedo a no superar la prueba deportiva que llevas preparando todo el año, miedo a decir algo inoportuno en un grupo de personas y sentirte rechazado, miedo, miedo, miedo…Ninguno de ellos pone en peligro tu vida, ni siquiera tu futuro ni tu reputación, así que la respuesta física que estás dando no te sirve para nada. Te sirve para dejarte en el camino, para no dar lo mejor de ti y para sufrir. Nada más.
El miedo te hace sentir pequeño, incapaz, desarmado, sin recursos y te bloquea. Impide que puedas enfrentarte a las situaciones temidas o que te enfrentes sin eficacia, consiguiendo así que pierdas oportunidades.
Las personas que sufren miedo o tienen miedo a la incertidumbre tratan equivocadamente de luchar contra ellos, como si fueran una batalla a la que hay que vencer. Y ahí nos encontramos con el primer error: la lucha.
Podemos aprender a hacerles frente y conseguir que nuestra vida sea más plena, más elegida, más nuestra.